La CIA y el Expresionismo Abstracto
La CIA apoyó el Expresionismo Abstracto americano para conseguir que en la década de
los 50 artistas como Jackson Pollock, Barnett Newman o Mark Rothko aparecieran ante la
opinión pública mundial representando los
valores que "los comunistas nunca tendrían la esperanza de entender: un hombre tiene el
derecho a pintar lo que quiera, cuando quiera y en cualquier estilo de su elección".
Esta es la tesis que en 2001 –aunque algo ya se atisbara en el mundillo profesional– demostró
la investigadora británica Frances Stonor Saunders en su libro La CIA y la guerra fría
cultural (Debate, 2001).
La CIA apoyó el Expresionismo Abstracto americano para conseguir que en la década de
los 50 artistas como Jackson Pollock, Barnett Newman o Mark Rothko aparecieran ante la
opinión pública mundial representando los
valores que "los comunistas nunca tendrían la esperanza de entender: un hombre tiene el
derecho a pintar lo que quiera, cuando quiera y en cualquier estilo de su elección".
Esta es la tesis que en 2001 –aunque algo ya se atisbara en el mundillo profesional– demostró
la investigadora británica Frances Stonor Saunders en su libro La CIA y la guerra fría
cultural (Debate, 2001).
Efectivamente, fue en los 50 cuando los planificadores estadounidenses, que estaban armando
una estrategia mundial contrarrevolucionaria, comprendieron que para alcanzar su meta de
liderazgo mundial había que añadir una dimensión artísticocultural a las directrices económicas y políticas hasta entonces manejadas.
Campaña encubierta
El centro clave de esta campaña encubierta, según la investigadora, fue el Congreso por la
Libertad de la Cultura, creado por la CIA entre 1950 y 1976. En su momento culminante, el
Congreso “tuvo oficinas en 35 países, contó con docenas de personas contratadas, publicó
artículos en más de veinte revistas de prestigio, organizó exposiciones de arte, contaba con su propio servicio de noticias y de artículos de opinión, organizó conferencias del más alto nivel y recompensó a los músicos y otros artistas con premios y actuaciones públicas”, escribe Stonor.
Los planificadores de esta singular “guerra cultural” lograron, sin duda, un gran éxito: la
manipulación y promoción de una de las corrientes del arte de vanguardia de la posguerra, el
Expresionismo Abstracto, como un arma más en una especie de OTAN artística. Porque en su
criterio, la corriente pictórica ofrecía la doble ventaja de ser por un lado auténticamente
estadounidense y, por otra parte, oponerse frontalmente al realismo socialista de manufactura
estalinista.
El centro clave de esta campaña encubierta, según la investigadora, fue el Congreso por la
Libertad de la Cultura, creado por la CIA entre 1950 y 1976. En su momento culminante, el
Congreso “tuvo oficinas en 35 países, contó con docenas de personas contratadas, publicó
artículos en más de veinte revistas de prestigio, organizó exposiciones de arte, contaba con su propio servicio de noticias y de artículos de opinión, organizó conferencias del más alto nivel y recompensó a los músicos y otros artistas con premios y actuaciones públicas”, escribe Stonor.
Los planificadores de esta singular “guerra cultural” lograron, sin duda, un gran éxito: la
manipulación y promoción de una de las corrientes del arte de vanguardia de la posguerra, el
Expresionismo Abstracto, como un arma más en una especie de OTAN artística. Porque en su
criterio, la corriente pictórica ofrecía la doble ventaja de ser por un lado auténticamente
estadounidense y, por otra parte, oponerse frontalmente al realismo socialista de manufactura
estalinista.
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